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Anónimo


Medianoche. El calor es pegajoso y el silencio zumba antes del asalto de las ranas y los pájaros, y tienes los ojos cerrados pero notas la mirada de Cole, notas sus ganas y se te hace un nudo en la garganta. Vuestra relación funciona de maravilla en casi todos los aspectos, salvo en el sexo.

Pero no te casaste con Cole para eso.

Una lengua aterriza en tu ojo, pesada, húmeda y pegajosa. Tu marido aparta la sábana que se aferra recalcitrante a tus piernas y trata, insistentemente, de separarte los muslos con la rodilla. Tiene que hacer el amor según sus condiciones, o sea, poco. Soléis hacerlo por la mañana para aprovechar que la tiene dura al despertarse. Muchas veces el pene de Cole no está lo bastante duro, como si tuviera la cabeza, la del pene, en otra cosa. No eyacula muy a menudo. Los dos soléis dejarlo antes de que él se corra y por tu parte siempre con alivio. Te preguntas si Cole padece alguna enfermedad que le retrasa tanto el orgasmo, o si tiene la libido floja, o si sólo es cansancio. Como te pasaba a ti, y mucho.

Mientras tienes a Cole encima en esta cama inmensa, miras cómo los números de la radio despertador van indicando el paso de los minutos, y piensas en Marilyn Monroe cuando dijo aquello de Yo no creo que lo haga correctamente; lo leíste un día en el periódico, sorprendida y aliviada a la vez: menos mal que había otra, y qué otra. No estás segura de que Cole lo haga correctamente, no sabes qué significa eso. Theo lo sabría porque es sexóloga y tiene una consulta en Knightsbridge y escribe una columna en una revista. Sospechas que os encuentra inocentes, ridículos y simpáticos. Cole y tú nunca habéis hecho el amor dos veces seguidas, no habéis volcado lámparas y jarrones, ni os habéis tirado del pelo. Cuando hacéis el amor, si toca, podríais calificaros el uno al otro como pulcros.

Los números de la radio despertador tardan demasiado en cambiar y tú sigues tumbada en la cama, con tu marido encima. Algo se ha deslizado muy dentro de ti. No hacéis el amor a menudo; has leído artículos en revistas femeninas sobre la frecuencia con que lo hace la mayoría y siempre te parece mucho. Pero con esto del sexo nadie es del todo sincero.

Pasan trece minutos de las doce. Cole ha eyaculado. Cosa rara. Te embadurna los pechos de semen, las mejillas y la frente también, como si te manchara de sangre. Está contento. Tú también. Quizá ha funcionado esta vez. Cole enciende la lamparita de noche para evaluar los efectos en las sábanas y demás; siempre hace igual, quiere que todo esté limpio lo antes posible, odia el pringue.


Del libro: "La novia al desnudo"

Editorial: Alfaguara

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